Somos animales mamíferos,
lo que significa que nacemos prematuramente y dependemos por completo,
durante mucho tiempo, de los tiernos cuidados de nuestra madre. Lo mismo
sucede con perros, gatos, ciervos, gorilas, ballenas, ratones, leones,
canguros o elefantes. El abrazo materno, cargado de seguridad y
alimento, es la prolongación de la matriz, la larga fase de transición
adaptativa desde la blanda felicidad amniótica hasta el duro mundo real. Ésta
es nuestra identidad mamífera; esto es lo que somos. Por ello,
aunque la duración de la infancia o dependencia cría-madre es distinta en
cada especie, cuanto más cálida y segura sea dicha relación, tanto más suave
y progresivo será el posterior destete, y mayor será la fuerza y seguridad
psicofísica acumulada por el individuo. O sea, menos traumática y más feliz
será su definitiva integración en el mundo. La infancia de los seres humanos
dura, odebería durar, unos 13 años.
Pero muchas culturas, y
especialmente la nuestra (occidental), han perdido con los siglos y quizá más
en las últimas décadas la mayoría de los instintos mamíferos de crianza. Por
exigencias culturales, socioeconómicas, etc., y también por sus propias
limitaciones psicológicas, millones de mujeres (y hombres) no saben ya, en
efecto, parir, amamantar, abrazar, comprender, empatizar, criar a sus hijos.
Por eso, millones de seres humanos han vivido infancias negativas -cuando no
terroríficas-, o han sido arrancados de ellas prematuramente, deteniéndose
así su maduración para siempre. De ahí que la edad emocional de muchísimas
personas no pase de 2, 3, 5, 13 años.
Las pruebas de todo esto puedes
hallarlas, lector, en las miradas de la gente.
No, no hace falta ser vidente o
psicoanalista para descubrir el inmenso y antiguo dolor de tantas personas.
Simplemente, observa con discreción sus miradas (sobre todo cuando ellos
están tranquilos o ensimismados y creen que nadie les mira) y comprenderás.
En la calle, en el metro, en el autobús, en los programas y entrevistas de
televisión, en las películas, en las guarderías, en las escuelas, en las
cárceles, en las actividades deportivas y culturales, en las oenegés, en las
tiendas de fotografía (donde se ven fotos de bodas y comuniones), en vuestros
álbumes familiares, quizá en tus propios hijos... Mira a tu alrededor; están
por todas partes. Amas de casa, taxistas, actores, modelos, peluqueras,
adolescentes, escritores, cajeras, inmigrantes, periodistas... Y también, por
supuesto, niños, muchísimos niños.
¿Qué verás, lector, en los ojos de
la gente? Verás miradas apagadas, tristes, inexpresivas. Miradas frías,
alucinadas, ausentes. Miradas desconfiadas, esquivas, temerosas. Miradas
furiosas, retadoras, resentidas. Miradas tensas, rígidas, paralizadas.
Miradas con mezclas variadas de todo ello. Y pensarás: ¿cómo es posible todo
esto, tanto dolor, tantos dramas interiores? Un motivo básico es, en mi
opinión, nuestro empeño en olvidar que somos mamíferos, con todas sus
ineludibles necesidades y exigencias. Por eso somos animales desgarrados,
maltratados, humillados, insatisfechos, enfermos.
Algunos ejemplos. Vemos a una
joven pareja ignorar el llanto rabioso de su bebé en el carrito y nos parece
lo más normal del mundo. Vemos a una madre llegar todos los días a casa a las
9 de la noche (no importan los motivos) y nos parece lo más natural. Vemos a
bebés de meses o pocos años abandonados en guarderías impersonales y
atestadas y nos parece moderno. Vemos un bebé gritando en un cuarto oscuro y
alguien afirma duramente: "¡que se acostumbre!". Vemos un niño que
pide ser tocado y abrazado y los padres se quejan: "¡siempre quiere lo
mismo!"... Etc. Y es que quizá sepamos criar perros o gatos, pero no
niños.
Sí, lector. Cuando veas uno de
esos niños -cualquiera que sea la edad de su DNI- con mirada profundamente
triste, ojerosa, o bien sutilmente rabiosa, o acaso huidiza o extraviada,
puedes estar seguro: "a ése no le han querido". Si entrenas la
mirada, podrás ver huérfanos y más huérfanos, gente profunda y ocultamente
desamada, por doquier. Lo llamamos "civilización". En realidad, es
la catástrofe emocional del mamífero "homo sapiens".
Quizá no hay actualmente tarea más
urgente que redescubrir de una vez por todas quiénes somos y qué
necesitamos íntimamente para ser felices. Nuestra soberbia
cultural nos hizo creer durante siglos que somos "animales
racionales", cuando es obvio que fundamentalmente somos animales sensitivos. Por
eso, por definición, estamos vivos. No somos una "supercabeza con
cuerpo", sino un corazón que segrega, entre otras
cosas, eso que llamamos "pensamientos". Por ello, si anhelamos la
más mínima paz y bienestar en el mundo, necesitamos primeramente aceptar
nuestra verdadera naturaleza y sus genuinas necesidades. La esencial de todas
éstas es el amor. Y el primer eslabón de la cadena del amor son los niños que
criamos.
Por tanto, lector, si quieres
ayudar a mejorar el mundo, sólo tienes que mirar la mirada de los niños: tus
hijos, tus hermanos, tus sobrinos, tus nietos, tus alumnos. Más aún, mira la
mirada del "niño interior" de los adultos que te rodean: tu pareja,
tus padres, tus amigos, tus vecinos, tus compañeros de trabajo. Y
todavía más: mira tu propia mirada en el espejo para
descubrir qué clase de huérfano, o no, eres tú. Luego, acepta, comprende,
respeta, cuida cuanto puedas a todos ellos (comenzando por ti mismo). Estarás
amando. Sin tu amor, ya es tarde para todo.
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Cuanto de razon hay en todo esto...
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