Partirse en dos Por Roxana Sanda
La
tensión que ya es histórica –aun cuando no tiene demasiados años de
desarrollo– entre las asociaciones médicas y de profesionales que
asisten a las mujeres en el momento del parto y quienes, desde
diferentes ámbitos, trabajan por lo que se llama “parto respetado” no ha
servido más que para dejar a las mujeres de parto en la grieta de tener
que someterse a las rutinas médicas institucionales o bien buscar
alternativas como el parto domiciliario. Sin embargo, otras brechas se
están abriendo. Parto respetado no es sinónimo de domiciliario, sino que
es aquel que se vive y se protege como un proceso fisiológico y
emocional saludable que no requiere intervención médica, sino
acompañamiento y sostén. Dos experiencias, una en Morón, en una
maternidad pública, y otra en Vicente López, en una privada, dan cuenta
de que es posible atender el parto y nacimiento con respeto por quienes
son protagonistas: la mujer que pare, el hijo o la hija que va a nacer y
la familia que los acompaña.
María
Inés F. sonríe entusiasmada. Con una mano sostiene a su beba de diez
días mientras que con la otra escribe en fibrón de colorado estridente
“aquí nació mi hija el 4-5-12”. Lo hace en uno de los pasillos
principales del Hospital Municipal de Morón, sobre una pared que se fue
grafiteando durante años para dejar registrada la llegada de las
criaturas al mundo. A María Inés ese nacimiento le regaló grandes
motivos de festejo, porque es el segundo en esa institución, pero el
primero que parió como quiso y con quien quiso. “Cuando llegué con mi
pareja al hospital para tener a nuestra hija, la partera que me atendió
nos comunicó que podíamos elegir cómo parir, en unos sillones especiales
que hay en la sala de partos, ‘o en el banquito ése del rincón’, me
dijo, y me mostró algo que nunca había visto en mi vida. Me la quedé
mirando como si fuera de otro planeta y le pregunté si estaba segura de
lo que decía, porque a mi primer hijo lo había tenido en este mismo
hospital pero acostada en una camilla, con las piernas sobre unos
estribos y con el famoso goteo. Se rió, me respondió que las cosas
habían cambiado y que ahora yo era dueña de elegir. No sé cómo, el
trabajo de preparto nos fue llevando de una cosa a la otra, y de ahí al
banquito. Y fue increíble esa sentada: por primera vez en mi vida vi mi
propio parto, sin sondas, y con mi compañero al lado. Lo cuento en el
barrio y todavía lloro de la emoción.” Ella no lo sabe, pero su caso
irrumpe entre los que vienen a marcar la cancha en las instituciones
públicas y en unas pocas –muy pocas– privadas, donde se trabaja para
instalar nuevas prácticas de nacimiento que prescindan de partos
medicalizados, inducidos y/o conducidos. La experiencia es auspiciosa y
da para el ejemplo en esta Semana Mundial por un Parto Respetado, de
lema “El nacimiento y la economía” porque, precisamente, avisa que no
sólo las mujeres de clases acomodadas tendrían derecho a gozar de esas
prácticas, antiintervencionistas y humanizadas sí, pero siempre
limitadas a los bolsillos más abultados.
Constanza Niscovolos
Abriendo camino
“¿Por
qué el parto debería ser domiciliario para que sea respetado y
mínimamente invasivo desde lo fisiológico?”, se preguntó Delia Zanlungo
Ponce, secretaria de Salud y Desarrollo Social del municipio de Morón,
casi dos años atrás, cuando asumió en esa gestión. Había motivos de
sobra para encontrarle respuesta al interrogante, desde su militancia
feminista y a través del parto domiciliario que experimentó con su
primer hijo, Facundo, parido hace cuatro años en una de las habitaciones
de su casa, hasta hace apenas quince días con su beba, Juliana Eva, que
nació en el agua templada de la bañera. Lo personal se alimentó de lo
público en la promulgación en 2004 de la Ley 25.929, de derechos de
padres e hijos durante el proceso de nacimiento, y desde que el entonces
intendente Martín Sabbatella decidiera incorporar al municipio un área
de Políticas de Género que Zanlungo Ponce dirigió. Hoy, con Lucas Ghi
continuando esa traza, deberían alcanzarse en el ámbito hospitalario las
metas que propone el parto humanizado. El hombre dejó clara la
intención el 8 de marzo último, en el Día Internacional de la Mujer,
cuando inauguró la misma sala que utilizó María Inés F. para facilitar
el nacimiento de su hija. “Esta sala de preparto tiene que ver con un
nuevo concepto de la maternidad centrada en la familia, humanizada y que
expresa el perfil del hospital que estamos construyendo”, celebró Ghi.
“El espacio añade la calidez, contención y seguridad que muchas veces
trasciende a la pareja en este momento especial.”
En
ocasiones, Delia explica a médicos y obstétricas (el nombre técnico de
“parteras”) dispuestos a dialogar que “el embarazo y el parto son una de
las pocas situaciones en las que una mujer ingresa al hospital porque
está sana y vital. Es un cuerpo saludable, un cuerpo que se angustia,
que necesita acompañamiento emocional y físico, mientras que el sistema
de salud está preparado para recibir enfermos y, en cirugía, para
trabajar con personas anestesiadas. El parto que irrumpe en la
institución es un evento en el que hay que manejarse con la vitalidad
del dolor; es un acto fisiológico, hormonal, físico pero principalmente
emocional, en el que una tiene que abrir el útero y el pensamiento. El
desafío es que el sistema aprenda a acompañar a las mujeres en sus
tiempos”, aun cuando fueron perdiendo el poder memorioso de parir. “Si
no hay complicación, nuestro cuerpo está preparado para esto. El tacto,
los sueros, la episiotomía y la cesárea tienen que ser excepción.” ¿Pero
cómo cuadrar los vaivenes del cuerpo y las emociones con el tiempo
institucional? “Tiene que ver con los cambios culturales de todos y
todas. Digo esto porque el hecho de que las parteras sean mujeres no
garantiza que los modelos más instituidos, patriarcales,
médico-hegemónicos no estén instalados. Creo que en la salud pública
atravesamos un proceso en el que hay tanta resistencia a lo nuevo como
adhesiones. En el caso del Hospital de Morón, las obstétricas, médicos y
médicas van descubriendo que, cuando una mujer está acompañada, se
practican menos intervenciones y resultan mejores partos. En este
aprendizaje, lo rico del Estado es que tiene la posibilidad de
garantizar los derechos al vulnerable.”
Los
cambios son demasiado recientes y los tiempos aún cortos como para
desterrar de un plumazo algunos síntomas de destrato hacia las mujeres,
viejos conocidos del sistema hospitalario argentino. Las guardias que
asisten los partos no son homogéneas y por tanto las experiencias de las
parturientas siguen siendo variadas, aunque prima la decisión política
del contacto humanizado. La episiotomía es una de las prácticas que dejó
de realizarse con éxito por la decisión tomada hace unos cinco años, si
bien no se la rechaza cuando suponen que peligra el desgarro. El
fortalecimiento de derechos se profundizó en la creación de un espacio
para los cursos o encuentros preparto. Unas 25 mujeres, con permiso de
acompañamiento, se reúnen para escuchar a las parteras y escucharse
ellas en sus dudas y anécdotas, con un refrigerio que las mantiene hasta
la hora de la partida: muchas son adolescentes de entre 16 y 18 años.
Otras vienen de distritos alejados, con poco refuerzo alimentario. Sólo
las que pasen por una cesárea podrán gozar de compañía femenina porque
la sala de internación reúne todos los casos que atiende el área de
Tocoginecología y esa confluencia no da margen a pernoctadas. Parejas,
familiares o aquella persona que la mujer requiera, podrá ingresar a la
sala de partos. El horario de visita se amplió a dos horas y hasta no
hace mucho los niños y las niñas tenían vedada la entrada para conocer a
sus hermanos recién nacidos.
“En
Morón conviven dos paradigmas, porque es un hospital tradicional”,
relata el jefe del servicio de Tocoginecología, Roberto Espoile.
“Venimos de la vieja escuela obstétrica y ahora empezamos a adaptarnos
al nuevo paradigma de incorporar lo que se llama la maternidad centrada
en la familia, que es como trasladar la casa al hospital, y respetar las
decisiones de la madre en la forma de experimentar su parto. Pero hay
que entrenar al personal.” Los 33 años de carrera de Espoile en el
hospital debieron permearse a contrarreloj. “Vengo de una formación
antigua, y los médicos somos muy reacios a los cambios. En una
institución privada donde trabajo empezaron a entrar familiares a las
cesáreas. Al principio no quería saber nada, pero después noté que era
mejor, porque salen fascinados y porque si sucede algo están viendo todo
lo que hacemos para que las cosas salgan bien. No todos los médicos
viejos piensan como yo, y creo que su mayor temor es a la violencia, a
la posibilidad de ser agredidos.” O al fracaso. “Es el clic más difícil
de hacer, porque no hay límite entre lo bueno y lo malo. Si no actuaste
en el momento adecuado, te reclaman por qué no hiciste esto o lo otro.
Antes, los médicos decíamos ‘en mi experiencia, yo que hice un millón de
partos, hacíamos tal cosa’. Hoy, eso no sirve.”
El
director del hospital, Martín Latorraca, coincide en que “desde el
médico se percibe la resistencia al cambio; algunos transitan esta
experiencia por primera vez. Pero hay una decisión política de poner
foco en el nuevo paradigma, y lo importante es el cambio que se va
operando en todos los que trabajamos en el área de Salud. El hospital
nuevo se construye pensando en este tipo de cosas y en el camino se van
rompiendo ciertos prejuicios. Lo cierto es que tener a alguien al lado
tranquiliza a la mujer y el parto se desarrolla de otra manera”. Sin
embargo, la medicalización y mecanización de las intervenciones es una
realidad que pesa y “estamos reevaluando, siempre cuidando la salud de
la mujer y el bebé por nacer”. Prácticas incorporadas desde el inicio de
los tiempos en la profesión, “ahora se están cuestionando y observando
mucho, contra lo que uno creía antes”.
En
tanto se construye el nuevo Hospital Municipal, que contará con
habitaciones de trabajo de preparto, parto y recuperación o puerperio
(TPR), el edificio actual, una estructura centenaria de sistema
pabellonado, albergó unos 2500 partos en 2011. Durante los cuatro
primeros meses de 2012 se registraron 400 nacimientos y a fin de año se
estima que ascenderán a 3200. Las operaciones de cesárea alcanzan el 27
por ciento, “siendo un hospital con residentes”, advierte Espoile. “La
cifra es baja si se la compara con la clínica más renombrada de la
ciudad de Buenos Aires, con un 85 por ciento de cesáreas. La OMS quiere
que bajemos a menos del 15 por ciento, pero por ser un hospital que
además recibe población de La Matanza y Merlo, el número es bajísimo.”
Al
plus vital de la sala de preparto con sus pelotas de esferodinamia, las
barras de sostén y su condición implícita de libertad de movimientos,
se le agrega el capítulo fundamental de los residentes formados según el
nuevo modelo y a cargo de las parteras. La obstétrica Silvana Rodríguez
explica que “tenemos dos espacios de trabajo, con los profesionales que
están hace mucho tiempo y con los residentes de Tocoginecología, que
van aprendiendo el nuevo modelo. Ya empezamos a notar diferencias en lo
que era parto medicalizado, conducido, instrumentado, que es lo que se
hizo siempre, y este nuevo parto donde la mujer está acompañada, se le
respetan sus derechos, sus decisiones, sus pedidos y sus creencias. Los
mismos profesionales notan las diferencias en la satisfacción de esa
mujer”. El familiar deja de ser un posible agresor o un observador
crítico para convertirse en un par que va a experimentar un nacimiento.
“Es bueno aprender a trabajar con intervenciones sólo cuando es
necesario”, afirma Rodríguez. “El parto respetado es tratar de hacer las
menores intervenciones posibles, observar muy bien el proceso y sólo
actuar en el caso que se requiera. Desde que empezamos a trabajar así,
el caudal de partos aumentó. Las mujeres querían esto.”
Vidas privadas
La
médica obstetra Alejandra Avendaño asiste desde hace diez años partos
domiciliarios. El dato es procedente por la experiencia feliz que
significó para ella y para las mujeres y parejas a las que acompañó,
pero también por la grosera cantidad de formas de maltrato que soporta
cada vez que se corre del sistema de salud tradicional. La tendencia
pública, que se volvió más feroz tras el complejo final de un embarazo
que transitaba la actriz Juana Viale, aun cuando no se trató de un
alumbramiento en casa, dictamina “que todo es culpa de los médicos y las
médicas que asistimos partos domiciliarios. El rechazo está exacerbado,
incluso cuando es parte de una situación normal que las mujeres
tengamos complicaciones en los embarazos, partos o puerperios. No es
culpa de nadie”. El desprecio y la criminalización se perciben en
hospitales o clínicas, sin discriminar ámbitos. Y la lista de Avendaño
es extensa: neonatólogo que se niega a recibir a un bebé nacido hace
apenas dos horas con cuadro de distrés respiratorio, porque la criatura
fue parida en casa. Más tarde, médicas jóvenes de hospital público, una
de ellas embarazada también, agrediendo a la madre de ese bebé “por no
haber parido en una institución”. Obstétricas de guardias médicas
tratando de ponerle un espéculo a alguien que parió hace tres horas.
Anestesistas que se retiran ofendidos de la sala de partos porque se les
pide que esperen un poco más antes de inyectar la peridural. “Nos está
pasando a todos los que más o menos estamos fuera del sistema. Somos
cada vez más rechazados. Cuando te ven llegar, afectan a la pareja que
está con vos. Hace poco asistí un aborto espontáneo y luego nos
trasladamos a una clínica: nos tuvieron como una hora esperando a un
ecografista, que cuando llegó obligó a la mujer a pararse, caminar y
hacer pis, porque la ecografía era transvaginal.” Profesionales en
general y obstetras en particular “son durísimos, están muy amalgamados
con este sistema. Hay un prejuicio, algo que genera temor. En cuanto a
las obstetras, tienen la mirada femenina tapada por la ciencia, que
brinda seguridad, como las normas, y para mí las normas nunca son tan
rígidas como para no poder correrte. Por eso me focalicé en encontrar
una institución que permitiera asistir nacimientos con una cultura
diferente”.
Lo
impensado era que ese sitio sería un lugar propio. Hace tiempo ya que
trabaja en el sanatorio privado La Florida, en el conurbano norte
bonaerense, y su proyecto siempre sobrevoló las charlas con el director
de ese centro, el médico Carlos Mendoza, que dio su apoyo desde un
principio. “La posibilidad se concretó hace semanas, con una pareja que
estaba asistiendo. La mujer esperaba a su tercer hijo. El primero lo
había tenido en el Mater Dei y el segundo en su casa, conmigo, pero el
tercer embarazo no fluyó fácilmente, presentó algunas complicaciones.
Ella pensaba que necesitaría una cesárea y no se sentía segura del parto
domiciliario.” El día que sobrevinieron las contracciones, se
entusiasmó con la posibilidad de parir en La Florida, al resguardo de su
intimidad.
“Nos
dieron exactamente lo que vengo ideando hace años: una habitación donde
estamos la mujer que va a parir, su acompañante, el neonatólogo y yo
para realizar allí el preparto y el parto, por ahora. El trabajo de
recuperación se completa en el piso de Maternidad. La experiencia fue
gratificante y con todo el tiempo del mundo: aquella mujer tuvo a su
bebé y durante su internación respetaron todo lo que pidió. Si logramos
seguir adelante, sé que sería un cambio muy importante desde lo
institucional y para las parejas, ya que muchas se quedan en sus casas
porque no tienen otra opción; hoy no hay demasiado para elegir. Alguien
que busca un parto con emoción, sin intervenciones, debe optar por el
parto domiciliario. En este caso logramos algo intermedio, con los
beneficios de la clínica pero con los tiempos y la intimidad de la
casa.”
Avendaño
convocó a especialistas de compromiso histórico en el tema como Carlos
Burgos, Claudia Alonso, Guillermo Lodeiro, Raquel Schallman y Cristina
Solórzano, entre otros, con quienes se reunió esta semana para articular
en el sanatorio la atención a futuro de nacimientos respetados, en lo
que sería un centro de atención de partos de baja intervención. “Nos
están dando esta opción para los obstetras que quieran utilizar el
servicio. Además podrían armarse módulos especiales, permeables a las
prepagas.” En la actualidad, las empresas de medicina prepaga no
incluyen en sus planes de reintegro la atención de parto domiciliario,
“pero si se plantea en la modalidad de parto institucional, podría
recuperarse ese cobro. Es el primer paso para aceptar que el resto del
sistema médico tiene otro pensamiento y que no debe ser condenado por
sostener una idea diferente. Tengo muchas esperanzas de que eso no
vuelva a ocurrirnos, ni a nosotros ni a las madres que paren, si las
asistimos en lugares más amables”. Y si la experiencia se replica en
otras instituciones privadas “como creo que va a suceder, el factor
económico también se podrá equilibrar. Podremos demostrar entonces que
el parto respetado no sólo es domiciliario o demanda de una minoría
selecta”.FUENTE: Diario Página 12.