15 abril 2014

INTERVENCIONES MEDICAS INECESARIAS

La Cascada de Intervenciones

OCTOBER 3, 2013


Muchas mujeres embarazadas que escogen el modelo de cuidado de las matronas, también escogen la opción de tener a su bebé en casa, buscando así la comodidad, la privacidad y la oportunidad para su familia de participar en su propio ambiente, con el mínimo de intervenciones.

La fisiología del parto deja claro que cuanto más relajada se siente una mujer que está en labor de parto, más eficientemente funcionará su cuerpo.
Si la mujer se encuentra nerviosa y tensa, su cuerpo liberará las hormonas del estrés (catecolaminas), que harán que se inhiba la dilatación del cuello uterino. Todos los mamíferos se comportan de la misma manera en el momento del parto: si se les priva de intimidad, movimiento o se sienten amenazados, el proceso de parto no progresa y se para por completo.
Por esta razón se utiliza la oxitocina artificial en los partos hospitalarios, la cual provoca fuertes y dolorosas contracciones que hacen que la mujer que esperaba tener un parto natural, termine pidiendo algo que le alivie el dolor tan intenso que está sintiendo a causa de esta droga.
Y así se forma un círculo vicioso. Los medicamentos administrados normalmente afectan la capacidad del cuerpo para actuar por sí solo, así que se necesita aún más oxitocina artificial, pero esto es peligroso porque a causa de esta oxitocina artificial, el útero está siendo estimulado de manera muy intensa y contínua, lo cual es muy probable que cause estrés fetal y todo termine en una cesárea.
A toda esta cadena de eventos se le llama cascada de intervenciones y es lo que conduce a la epidemia de cesáreas que se está produciendo en muchos lugares.

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REFERENCIAS: Elizabeth Davies. Heart&Hands. A Midwife’s Guide to Pregnancy and Birth.

LA PROPIA INFANCIA

La propia infancia

  • 26 octubre, 2013
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  • Alguna vez tendremos que reconocer la infancia real que hemos experimentado. Especialmente la distancia que hay entre aquello que nos aconteció y aquello que creemos recordar. El nivel de desamparo, soledad, desarraigo, violencia, abuso, mentiras, engaños, castigos o incomprensión al que hemos estado sometidos, va a marcar a fuego el modo en que hemos logrado sobrevivir en términos emocionales. Si no tenemos un panorama claro sobre las experiencias de nuestra niñez, difícilmente podamos comprender aquello que nos acontece hoy en día. Es indispensable que recordemos exactamente qué es lo que nuestra madre esperaba de nosotros. Qué hemos hecho con tal de ser amados. Hasta qué punto hemos entregado nuestros tesoros para satisfacción de los mayores. Precisamos registrar sensaciones sutiles, anhelos, fantasías, miedos o sueños inalcanzables para abordar una parte de ese niño que fuimos y del que hoy casi no quedan huellas. ¿Qué pasa si no tenemos ningún recuerdo? Es frecuente. El olvido es un recurso fabuloso de la consciencia. Si cuando fuimos niños, hemos vivido situaciones demasiado dolorosas (abandono por parte de nuestra madre, desprecio, falta de amor, exigencias desmedidas, soledad o lo que sea) la conciencia “olvidará” esas escenas. Una vez borradas, podremos seguir viviendo. Sin embargo, las experiencias no desaparecen, sino que se alojan en un lugar invisible, que Freud llamó el “inconsciente” y que luego Jung llamó la “sombra”. Ese “lugar invisible” podemos imaginarlo como el “detrás del telón” del escenario de un teatro. Desde ese sitio escondido, hacen estragos. Por eso es importante –cuando estamos atravesando alguna crisis vital- tratar de recuperar “esos” recuerdos que traen información muy valiosa sobre lo que nos sucedió. Y reflexionar también sobre qué es lo que hicimos a partir de eso que nos sucedió. ¿Es importante recordar esas cosas? Sí, claro. Tan importante como caminar por las calles sin tener los ojos vendados. Andar ciegos respecto a todo aquello que nos ha acontecido nos deja inválidos. Por lo tanto, expuestos a todo tipo de accidentes emocionales.  ¿Sirve evocar la propia infancia cuando tenemos hijos? Más que nunca. Porque no podremos comprender, percibir ni compadecer a un hijo; si antes no hemos retomado el contacto íntimo con el niño que hemos sido.

Laura Gutman